Aplauso a lo innegociable
El Elche CF 2022/2023 ha acostumbrado de tal forma a su entorno a tan poco durante esta temporada que todo lo que sobresale de la media, aunque sea de forma rácana y aseada, se agradece con aplausos y sirve de clavo ardiendo para pensar en que se puede romper el corsé de la mediocridad. El sexto punto sumado de la temporada, merced a seis empates en dieciocho partidos, es un paso más hacia la muerte dulce del descenso al que camina de manera irremediable el equipo franjiverde.
Quizás la imagen ofrecida, de nuevo en una segunda parte en la que mejorar lo visto durante los primeros cuarenta y cinco minutos es complicado por el nivel exhibido, puede servir como maquillaje y excusa, pero las ramas ni pueden ni deben impedir ver el bosque. La campaña es paupérrima y todo lo que se salga de este término para definirla es no querer mirar de frente la realidad. Pero asumir ante el fracaso cualquier alegría, por pequeña o banal que sea, como una celebración es un mecanismo humano propio de quién tiene un sentimiento futbolístico arraigado desde la cuna. No debería ser el camino, puede que incluso se equipare a hacerse trampas jugando al solitario, pero terminar un partido y quedarse lleno con la satisfacción del haberlo dado todo habla por sí solo.
El fútbol no son méritos, son puntos y si se ha llegado a una situación en la que tranquiliza salir del Martínez Valero con la alegría de haber visto sudor en la frente del futbolista es porque el listón estaba tan bajo que debería dar vergüenza enorgullecerse de algo que es innegociable.
El esfuerzo no debe de estar reñido con la crítica sino se consigue el fin. A todos nos duele ver la imagen de un equipo que en el año de su Centenario escribirá su nombre, y el de sus jugadores, en la historia negra de LaLiga con una de las, hasta el momento, peores estadísticas del fútbol español. La amalgama de sensaciones que está cincelando durante esta media temporada al Elche CF, ha generado un caldo de cultivo propicio para vivir inmersos en un síndrome que ha vestido Estocolmo de franjiverde, y que genera la división entre el sector de una afición exigente, que por silbar o animar es peor o mejor, y otro sector de la masa social más pulcra que se guarda el veneno dentro porque considera que es lo mejor para que el día a día de su equipo no se vea salpicado por el pesimismo.
Ganar un partido exige hacer muchas cosas bien y, a veces incluso, haciéndolas nadie te garantiza la victoria. Vaciarse es lo menos que se le puede pedir a un futbolista. Sacar pecho por haberlo dado todo es sonrojante, más aún cuando tras casi una vuelta de competición siguiendo, supuestamente, esa línea todavía has sido incapaz de conseguirlo. Potenciarlo es hacer marketing. Pero el fútbol es ganar y, aunque quien premie lo contrario en una situación como la franjiverde merece respeto, también lo merece quién no lo comparta. En el mundo de la sociedad de masas, el deporte del balompié es el abono perfecto para anestesiar el espíritu crítico. Si el premio se limita a reconocer lo básico, todo se minimiza y el criterio de lo que realmente merece un aplauso se pierde. No es fácil. Es la parte racional de un sentimiento llamado fútbol. Hay que vivirlo para entenderlo.